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Cuaderno De Rusia

Россия

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Con el zurrón lleno de ignorancia y probablemente de prejuicios llego a Moscú.
La primera semana se ha presentado llena de hostilidad en las miradas de desconocidos y de comprensión y ayuda en las conocidas; de frío viento en la garganta y bochorno en interiores; de caminatas incomprensibles admirado por lo colosal de las construcciones; de tráfico, de colas en el
metro; de ostentación, de lujo, de miseria; de rojos, verdes y amarillos; de ausencias, del hueco de tu ausencia.

Asombra la cantidad de razas, etnias y nacionalidades que conviven en esta ciudad, acorde con la inmensidad de un país que todavía no atisbo a entender como se gestiona, o como se autogestiona. Tal vez por eso aquí Stalin todavía esté bien considerado (sorprendente descripción en la Wikipedia las víctimas oscilan entre los 4 y los 60 millones de muertos leve oscilación qué duda cabe), a sangre y fuego construyó un estado fuerte y cohesionado hasta donde la incapacidad intrínseca del régimen pudo sostener.

Vivo en una casa típicamente soviética, en palabras de un ruso, papel en las paredes, recargada de muebles, cuadros y objetos varios perfectamente inútiles. Montañas de libros conviven con tuberías de calefacción y ese aire de dejadez que también vi en países como Bulgaria o Rumanía. El resto de habitantes de la casa son sombras que aparecen y desaparecen sin ruido (Сергеи ha puesto de su parte para hablarme un poco, para ser honestos) cuyas miradas esconden cierto tono de desprecio, acaso por la invasión de intimidad que ha provocado mi mirada y la inutilidad que supone hablar con alguien que apenas entiende un добрый утро.

Intento aprender el idioma en la Universidad Estatal de Moscú, tal vez la más impresionante de las Siete Hermanas de Stalin, nunca ví una juventud tan obscenamente rica y ostentosa, ni mujeres tan obsesionadas con su físico y el qué dirán.

Apenas una primera impresión que con seguridad cambiará con el paso del tiempo. Mientras empiezo desde las gafas de César, a ver con otros ojos. 

En Marcha

Anteayer dormí en el prado
sobre el olor de la hierba,
ayer entre los pinares,
hoy en la tranquila selva,
mañana, raso con raso,
solo entre el cielo y la tierra.

El alba de cada sol
nuevo campo me revela,
y el sueño de cada noche
las mismas hondas estrellas.

En el día se recorre
lo que en la noche se sueña:
siempre la misma esperanza
bajo distinta promesa,
y en la noche se vigila
todo lo que el paso deja,
compañía militar
en camino de la ausencia.

¿Cuánto será lo que avanza
y cuánto lo que regresa?
Corazón aventurado:
¿qué miras en lo que sueñas?
La sangre, toda la sangre.
La tierra, toda tu tierra.

Dionisio Ridruejo. Cuadernos de Rusia